domingo, 24 de octubre de 2010

Sabor a mi - Capítulo 66

En los siguientes días Lety y Magdis se concretaron a organizar los detalles más importantes de la fiesta, lo único que le pidieron a Helena fue que eligiera su vestido. A partir de ahí solo les pedían su opinión de muy pocas cosas.

El tiempo para Helena y Pablo avanzaba muy lento, anhelaban de verdad, no tener que separarse y compartir sus días de principio a fin. Llegar a casa y saber que era su hogar. Cuando pensaron en eso, Helena se preguntó si vivirían en su departamento o comprarían algo más grande.

Esa tarde se reunieron para comer y Helena tocó el tema con Pablo.

- Perdón por la tardanza, pero tuve que ir a la prueba del vestido.
- ¿Ya?
- Si, solo le van a arreglar algunos detalles y estará listo.
- Sé que te verás hermosa.
- Eso espero.
- ¿Qué tienes? Te noto preocupada.
- Es que ya falta muy poco para la boda y no hemos hablado sobre donde vamos a vivir.
- ¿Quieres seguir viviendo en tu departamento?
- Me gusta mi departamento pero… bueno no importa.
- ¿Qué pasa?
- Nada, olvídalo.
- No crees que podríamos buscar algo más grande. Por ahora tu departamento está bien para nosotros dos.
- Sí yo también he pensado eso. Estaría bien buscar algo más grande, ¿verdad?
- Ya lo creo.
- ¿Tienes algo en mente?
- Algo, te llevaré después de que terminemos de comer.
- Está bien.
- Ahora cuéntame, ¿qué tal tu día?

La plática continúo y cuando terminaron de comer, Pablo pidió a su chofer que llevará el auto de Helena a su departamento, pues se irían juntos en su auto.

- Hemos llegado – Pablo le hizo platica a Helena todo el camino para que ella no pusiera atención en el trayecto que hicieron.
- ¿Qué significa esto? – preguntó Helena sorprendida al ver su antigua casa.
- Ven – le dijo Pablo mientras le tomaba la mano y sacaba las llaves de su pantalón para abrir la reja principal. Helena conocía muy bien el pasillo de acceso y esa puerta donde tantas veces espero que Pablo pasara por ella para llevarla a la escuela.
- Pablo, explícame, por favor. – exigió cuando entraron a la casa y vio que estaba vacía.
- Si es tu deseo, esta será nuestra casa – dijo separándose de ella y caminando al centro con los brazos extendidos para mostrarle la casa.
- ¿Nuestra casa?
- Pero nosotros vinimos y estaba ocupada.
- Ya no más. La compré para dártela como regalo de bodas.
- ¿Qué?
- Si, Helena. Recuerdo perfectamente que me dijiste que te hubiera gustado vivir aquí con tu familia. Y para ti no debe haber ningún hubiera. Quiero hacer realidad todos tus sueños.
- Pablo… esto es maravilloso. Gracias. – Y Helena corrió a darle un abrazo.
- Eso quiere decir que aceptas vivir aquí.
- Sí, Pablo. Quiero vivir aquí contigo.
- Entonces ven, mira. – le dijo mostrándole varios diseños – contraté un diseñador y un arquitecto para que me dieran las opciones de remodelación que tiene la casa.
- Todas son hermosas.
- Elige una, y mañana mismo comenzaran a trabajar.
- Pablo, ¿Por qué haces esto?
- Ya te dije, quiero darte todo lo que esté a mi alcance.
- Te amo, te amo y nunca voy a dejar de hacerlo. – Helena lo besó con urgencia, aún recordaba cuantas veces había estado con Pablo en esa casa. Como habían pasado ahí su última noche juntos, antes de que ella se fuera. Y ahora la casa volvería a ser testigo del gran amor que se profesaban.
- Te amo – respondió él, mientras sus besos aumentaban de intensidad. Pablo cumplió los deseos de Helena, la tomó en sus brazos y la llevó a la sala, donde aún había una alfombra de los antiguos ocupantes. Ella amaba sentir como Pablo tocaba su piel, como enredaba sus dedos entre sus cabellos, la esencia de sus labios, sus besos en todo su cuerpo, sus manos apretando su cintura, sus piernas, su espalda.
- Pablo – le decía lentamente mientras se quemaba en deseo por él.
- Mi Helena – respondía él. Sus corazones estaban al borde de su capacidad, sus latidos aumentaban cada segundo y su amor se volvía más grande.
- Creí que nunca más volvería a hacer el amor contigo en esta casa.
- Ya ves que estabas equivocada.
- Me alegro tanto. Ay Pablo eres tan bueno conmigo. Te amo.
- Te amo Helena. Solo quiero que seas la mujer más dichosa del mundo y así regresarte un poco de la dicha que me das al estar a mi lado.
- Yo soy la dichosa.
- Ven acá. – Pablo atrajo más a Helena a sus brazos, como si quisiera fundirla a él. La soltó y la volvió a besar lentamente, suave, como si el tiempo se hubiera detenido y quisiera disfrutar cada instante de ese beso.

La noche fue cayendo, y se fueron de la casa. Helena eligió remodelar la casa solo por dentro, pues no quería perder la esencia de su hogar. Al otro día tal y como había prometido Pablo, se iniciaron los trabajos de remodelación.

Mayo llegó en un abrir y cerrar de ojos, Magdis y Lety habían detenido los preparativos de la boda para viajar a Ginebra y estar con Renata cuando naciera su hijo.

- Mamá, duele demasiado – le decía Renata a Magdis cuando iban al Hospital.
- Tranquila, hija. – trataba de darle ánimos
- ¿Ya le hablaron a Alfredo?
- Si ya va para el hospital.
- Qué bueno, no quiero que se pierda esto. Oh por dios, ahí viene otra contracción – Renata apretaba con fuerza la mano de su madre. Pronto llegaron al hospital y se encontraron con Alfredo y sus padres.
- Ya estoy aquí Ren – dijo Alfredo tratando de calmar a Renata – el doctor ya te está esperando.
- Ya no aguanto más, doctor. – decía Renata cuando el médico la examinaba.
- No se preocupe, está lista. Llévenla a la sala de partos – ordenó el doctor a la enfermera.
- Si, doctor.

Alfredo entró con ella y mientras Magdis, Lety y los padres de Alfredo se quedaron en la sala de espera.

- Ha nacido – dijo Alfredo al salir a la sala de espera.
- ¿Y cómo están?
- Renata ya está bien, y el bebé esta hermoso. No sé aún a quien se parece más. Pero ya la verán. En unos minutos podrán pasar a la habitación de Renata.
- Felicidades hijo, ya eres papá – lo felicitaron sus padres.
Después de un momento Alfredo regresó con Renata y fue cuando los demás pudieron entrar a la habitación a ver al recién nacido y a su orgullosa madre.

- Hija, ¿cómo te sientes?
- Bien mamá. Mira ven a conocer a tu nieto.
- Hola bebé, soy tu abuela Magdis – le dijo a la pequeña criatura que tenía Renata en brazos. Como había dicho Alfredo, aún era muy pronto para ver a quien se parecía.
- Es hermoso – dijo Ana.
- Lo es – agregó Alfredo que estaba hechizado por el nuevo integrante de su familia.
- ¿Se puede? – dijo una voz que salió de la puerta entre abierta.
- ¿Qué hacen aquí? – preguntó Renata, más feliz que sorprendida.
- Queremos conocer a nuestro sobrino – respondieron Helena y Pablo.
- Y a mi nieto – agregó Miguel que venía detrás de ellos.
- ¡Papá! - gritó Renata con mucha alegría.
- Hola Princesa.
- Por dios Renacuajo, segura que es tu hijo no se parece nada a ti, cuando eras bebé.
- Es imposible que lo sepas, Pablo.
- Claro que no, he visto las fotos que mi mamá tiene de nosotros, aunque debo de admitir que es una suerte que se parezca más a Alfredo.
- Creo que nunca sabremos, si se parece a mí, cuando era bebé – agregó Alfredo.
- ¿Y ya saben cómo se llamará?
- Sí.
- Les presentamos a Matías De Icaza Duart – dijo Alfredo lleno de orgullo por su hijo. Él no había conocido a sus padres biológicos y probablemente cuando él nació no le trajo alegría a nadie. Pero con su hijo era muy distinto, él era sangre de su sangre y le daría todo el amor que a él se le había negado en su nacimiento.
- Hola Matías, soy tu tía Helena. Qué bonito estás. – dijo Helena cuando Renata lo puso en sus brazos. Helena sintió una chispa, el deseo de ser madre la llenaba en ese momento.
- Espero que te parezcas más a tu padre, que al Renacuajo de tu madre – dijo Pablo entre risas.
- No eres nada gracioso Pablito – le reclamó Renata. Pablo odiaba que Renata le dijera su nombre en diminutivo, pero debía admitir que él la molestó primero.

Ese día la familia Duart y De Icaza, no pudieron ser más felices. El nuevo miembro de la familia les llenaba de esperanza el corazón.

A los pocos días Helena, Miguel y Pablo regresaron a México pues sus ocupaciones los reclamaban. Cuando hicieron escala en París, Helena había recordado que Oliver estaría en la ciudad esos días y decidió entregarle la invitación de su boda en persona.

- Hermosa, que alegría me da verte.
- A mí también, Oliver.
- Me sorprendió mucho que estuvieras aquí.
- Fuimos a conocer a nuestro sobrino – dijo Pablo.
- Si, el hijo de Renata nació hace unos días.
- Vaya, que noticia. Le hablaré para felicitarla. – Por un momento Pablo había olvidado que Oliver también había convivido con su hermana, mientras vivía en New York y era novio de Helena.
- Ya lo creo – respondió Helena.
- ¿Y cuánto tiempo estarán en la ciudad?
- Solo unas horas, en lo que preparan el jet del padre de Pablo.
- Oh qué bueno que se hayan tomado el tiempo para visitarme, entonces.
- De hecho vinimos, porque quiero entregarte la invitación para nuestra boda.
- Muchas gracias – dijo sorprendido – trataré de hacer lo posible por estar ahí.
- Me haría muy feliz que fueras, Oli. Por favor extiende la invitación a Claire, que tengo muchas ganas de conocerla.
- Lo haré.

Los amigos se despidieron y se marcharon al aeropuerto para reiniciar su camino de regreso a México.
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Amada Amante - Roberto Carlos

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