martes, 7 de septiembre de 2010

Sabor a mi - Capítulo 17

Para cuando volvieron a México, Renata esperaba ver a Diego al que no había visto en un mes. Pero al encontrarlo, las cosas era muy distintas, Diego le dijo que había conocido a alguien en el verano y que no quería seguir su relación con Renata. Ella quedó muy triste pues se estaba enamorando y la habían traicionado.

Pablo y Helena estaban muy preocupados por Renata se veía de verdad dolida, así que optaron por pasar la mayor cantidad de tiempo con ella, como antes cuando no eran más que amigos. Los días pasaban como agua, cada día era más corto, y sin darse cuenta habían regresado a la escuela, su segundo año era más fácil.

Pronto llegó el cumpleaños de los gemelos que por única ocasión no fue celebrado como estaban acostumbrados, era más bien el ánimo de Renata el que no estaba como para organizar fiestas y Pablo pues no tenía muy bueno recuerdos de la última. Así que decidieron irse a la finca en un fin de semana largo que les dio la escuela con motivo del aniversario 25 de su fundación.

Renata había considerado que la mejor forma de disfrutar su día era haciendo lo que mejor sabía hacer y eso era pintar.

Por su lado Helena tenía una sorpresa que Pablo nunca olvidaría. Después de la comida Helena le había dejado una nota sobre su guitarra.

“Te veo en la cabaña del sol a las 8. No llegues tarde. Te ama, tu Helena.”

Pablo estaba intrigado, pero decidió esperar a la hora señalada. Para llegar a esa cabaña había dos maneras caminar o en caballo, estaba un tanto retirada del resto de las habitaciones de la finca y solo se usaba por los invitados cuando hacían fiestas muy grandes. Por la hora decidió irse caminando, no le gustaba montar de noche.

Cuando llegó a la cabaña, Helena lo estaba esperando en el pórtico tenía un vestido largo, que tenía tirantes gruesos alrededor de su cuello en azul marino, en medio de ellos colgaba el corazón azul que nunca más se había vuelto a quitar; la parte del pecho era una franja blanca el resto era una falda azul marino que tenía una caída que marcaba sus curvas. Pablo la miraba sorprendido, nunca pensó que su novia se hubiera arreglado tanto para aquel momento.
- Felicidades – dijo Helena al abrazarlo
- Gracias.
- Ven vamos adentro – Lo jaló hacia la puerta y cuando la abrió estaba iluminado con velas de diferentes tamaños, además un ligero sonido de música hacía de la escena tuviera un toque íntimo.
- Está muy acogedor – dijo mientras la abrazaba – que linda gran sorpresa.
- Y aún falta lo mejor
- ¿Más?
- Pablo, siempre has dicho que yo soy tu mayor regalo en la vida, y quiero que así sea siempre, pero ahora quiero materializarlo.
- ¿Te refieres a… - Pablo sabía exactamente a qué se refería su novia, incluso aunque no se lo dijera con las palabras exactas. Lo habían hablado mucho después de su viaje a Francia. Pero Helena no estaba segura y Pablo nunca la presionaría. Helena sabía que no podía estar con otra persona más que con Pablo, por eso antes de irse a la finca fue con la doctora que la había atendido desde que dejó de ser una niña, para tomar todas las precauciones necesarias. Sabía a lo que se enfrentaba por eso no quería dejar ningún cabo suelto, no le gustaba estar desprevenida y menos ante situaciones como estas
- Yo deseo estar contigo.
- Helena, Te amo, pero no quiero que te sientas presionada, de verdad puedo esperar, mi único deseo es que tú siempre seas la única mujer en mi vida.
- Ya eres el dueño de mi alma y de mi corazón, quiero pertenecerte totalmente. Te Amo, Pablo.

Él posó las manos en los hombros de ella, y su piel desnuda estaba fría al tacto. Cuando sus caras se aproximaron él se sentía lo bastante inseguro como para pensar que ella se escabulliría, o le cruzaría. Su boca sabía a miel. Se separaron durante un segundo, él la rodeó con los brazos. Le besó la frente, los ojos, la nariz, la mandíbula, fue bajando por su cuello hasta los hombros. Helena estaba más que extasiada, disfrutando el rose de los labios de un ser tan especial sobre su cuerpo. Pablo se puso de nuevo frente a frente y ella comenzó a desabotonarle la camisa azul que tanto le gustaba y después desabrochó el cinturón y los botones de su pantalón. Él por su parte deslizó uno de los tirantes del vestido hasta hacerlo caer sobre su brazo hizo lo mismo con el otro. La camisa de Pablo cayó al piso, Helena no podía creer lo bien que lo hacía lucir la luz de las velas, lo había visto muchas veces sin camisa pero esta vez su abdomen le parecía el regalo de algún dios del Olimpo. Cuando Pablo logró abrir el cierre del vestido, este cayó inmediatamente sobre el piso de madera, dejando a su bella novia expuesta ante sus ojos. Solo la cubría la ropa interior pero lo que se dejaba ver era suficiente para que él sintiera explotar mil emociones dentro, era una sensación única. No resistió más el deseo y besó a Helena, audazmente, se tocaron la punta de la lengua, y fue entonces cuando ella emitió el sonido de desfallecimiento aquel sonido pareció penetrarle, perforarle de arriba abajo de tal forma que el cuerpo se le abrió y pudo salirse de sí mismo y besarla libremente. El sonido suspirante que ella hizo era ávido y a él también le inspiró avidez. Abrasándola la llevó hacia la cama tenían detrás de ellos. Habían permanecido inmóviles durante un lapso de quizás medio minuto. Un plazo más largo habría exigido el dominio de algún formidable control. Empezaron a hacer el amor. Se aproximaron, se juntaron más hondamente y luego, durante varios segundos seguidos, todo se detuvo. En lugar de un frenesí extático, había inmovilidad. Estaban paralizados no por el hecho asombroso de haber llegado, sino por una sensación sobrecogida de retorno: estaban cara a cara en las sombras que producían las velas, mirando fijamente a lo poco que podían ver de los ojos del otro. Perdidos en esos colores que parecían diseñados para un ser mitológico y que los hacían tan únicos.

- MI HELENA, solo mía – Susurró el nombre de ella con la parsimonia de un niño que ensaya sonidos distintos.
- Pablo - Cuando ella respondió pronunciando el nombre de él, sonó como una palabra nueva: las sílabas eran las mismas, pero el sentido era diferente. Por último, él dijo las dos sencillas palabras que ni el arte malo ni la mala fe pueden abaratar del todo.
- TE AMO
- TE AMO

Podían no creer en muchas cosas, pero era imposible no pensar que había una presencia o un testigo invisible en la habitación, y que aquellas palabras pronunciadas en voz alta eran como las firmas de un contrato inmaterial.

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