domingo, 12 de septiembre de 2010

Sabor a mi - Capítulo 23

Helena aparentó estar de mucho mejor ánimo que otros días, aunque en su cara se reflejaba la falta de sueño. Esa tarde habían elegido la casa de Pablo para hacer la tarea y así Helena podría aprovechar para hablar con su madrina sobre los detalles de su estancia.

- Hel, mis padres me han dicho sobre el nuevo trabajo de tu padre. ¿Es por eso que llorabas ayer?
- Este… sí más o menos por eso.
- No quiero que te preocupes, ya verás que iremos a visitarlo cuantas veces quieras.
- Aja, está bien. – contestó fríamente
- Por cierto la secretaria de mi papá me llamó para saber si ya nos hace las reservaciones para cuando tengamos que ir a Boston a presentar. Pero no supe que decirle. ¿Qué opinas? - Pablo, de eso tenemos que hablar.
- ¿Qué pasa?
- No me voy a ir contigo a Boston.
- Claro, quieres esperar a que tu papá se vaya. Podemos reservar para un día después si te hace sentir mejor.
- No me entiendes. Pablo no voy a estudiar en Harvard.
- Es broma ¿verdad?
- Estoy hablando en serio. En los últimos días he pensado que esa carrera no satisface mis ambiciones, sé que puedo dar mucho más y viendo a mi padre, sé que puedo tener futuro en la diplomacia como él.
- ¿Qué estás diciendo?
- Pablo, me voy a Alemania con mi padre. Sé que al estar a su lado obtendré las mejores conexiones y aprenderé mucho de él.
- ¿Y nosotros?
- Por favor entiéndeme. Quiero irme.
- Pues entonces vete y vete ahora mismo de mi vida. – Pablo no midió la fuerza de sus palabras. Helena sabía lo que hacía cuando le dijo todo eso a Pablo, pero no por eso dejaba de dolerle. Pablo era más que una parte de su vida, él era su vida. Y lo había lastimado.

Helena salió de la habitación de Pablo, pero cuando iba bajando las escaleras no soportó más y sus ojos se llenaron de lágrimas. Renata iba en ese momento hacia su estudio y alcanzó a verla. - Helena, ¿qué tienes?
- Nada – respondió tratando inútilmente de controlarse.
- Por favor dime qué te pasa, somos amigas.
- Ay Ren, me pasa todo, pero no te puedo decir nada.
- Claro que me lo contarás, ven vamos a mi estudio.
- No, no me puedo quedar más tiempo aquí, Pablo no quiere verme.
- Entonces vamos por mi auto.
- Gracias, Ren.

Cuando iban de camino a casa de Helena, ella le contó absolutamente todo a Renata, pero antes la hizo jurar que nunca diría nada a nadie. Renata no podía creer el sacrificio de su amiga. Ella tenía que hacer algo. Renata pensó en llegar a hablar con Pablo, pero conociendo a su hermano, ni siquiera dejaría entrar a su habitación. Sus padres se dieron cuenta que algo le pasaba, pero tampoco hicieron el intento de saber. Querían darle su espacio.

Esta era la tercera noche sin dormir de Helena, y había sido la peor. Sentía cada minuto pasar, cada segundo, sus pensamientos estaban en Pablo. Le había roto el corazón. ¿Pero qué clase de ser era? Pablo le había demostrado su amor los momentos más difíciles, y cómo le agradecía ella. Este sentimiento era constante, pero no podía ignorar que todo lo hacía por su padre, ese ser que la cuidó, crió y que era quien más la necesitaba en este momento. Se levantó muy temprano, consciente de que por primera vez en mucho tiempo, Pablo no la esperaba en el jardín para llevarla a la escuela.

La pena del día anterior ni siquiera la dejó probar su desayuno. Cuando salió a buscar al chofer, se encontró con Renata.
- Supuse, que no tendrías quien te llevara
- Gracias, Ren.
- Vale, no hay de qué. Sube.
- Claro. – Helena se subió al auto y se le quedó viendo a Renata con ganas de interrogarla sobre Pablo.
- Ya, no es necesario que pongas esa cara. ¿Qué quieres saber?
- ¿Lo viste después de que llegaste a tu casa?
- No, anoche no salió para nada de su habitación. Y hace rato no me dijo nada.
- ¿Se veía muy mal?
- La verdad, si. Esta idéntico a ti, a los dos parece que los ha arroyado una aplanadora. - Hel, no crees que sería mejor decirle la verdad.
- No. No puedo.
- Está bien, será cómo quieras.

Las cosas en la escuela no mejoraron mucho, ninguno de los dos se apareció en la cafetería, todos pensaban que estaban juntos, pero la realidad era muy distinta. Pablo se había quedado en el salón, no tenía el coraje necesario para ver cómo su Helena, ya no lo era más. El pensaba que para ella todo era más fácil, creía que por primera vez ella había antepuesto sus propias ambiciones sobre su amor. Sin saber que Helena tampoco había salido a comer. La pena les carcomía el alma a ambos.

Renata llevó a Helena a su casa y se aseguró que ingiriera algo de comida, pues la veía realmente mal. Hizo que le prepararan un té, que la tranquilizara y con mucha suerte la ayudara a dormir. Y para su fortuna así fue. Supuso que no despertaría en todo lo que restaba del día, así que le dejó una nota:

“Espero cuando leas esto ya sea de mañana. No te preocupes yo paso por ti. Más te vale desayunar bien que no quiero tener que obligarte a comer como ayer. Te quiero mucho. Renata”


Cuando Renata llegó a su casa, su padre estaba en el jardín leyendo el periódico. Pasó a saludarlo y fue cuando este aprovecho para interrogarla.
- Hija, necesito que me digas que es lo que pasa entre Helena y tu hermano.
- Yo te cuento con gusto si es que tienes tiempo.
- Claro, ven acá y cuéntame.
- Pero primero promete que no le dirás a Álvaro. Esto debe quedar entre nosotros, por favor.
- Te lo prometo.
- Bueno, entonces todo comenzó… - Renata contó con lujo de detalle todo lo que sabía. No sintió estar traicionando a su amiga, porque confiaba en que su padre le ayudaría a resolver esto.
- Vaya, entonces Helena ya sabe la verdad.
- Si
- Le dije a Álvaro que debió de decírselo pero el terco en que no. Y ahora hasta tu hermano terminó pagando.
- Papá te juro que quiero ayudar, pero no sé cómo.
- No te preocupes princesa, de eso me encargo yo.
- ¿En serio?
- Claro, anda ve a descansar que ya has hecho mucho este día.
- Gracias, papá.

Miguel esperó a que Renata se fuera a su habitación, y de inmediato subió a hablar con su hijo.

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