lunes, 13 de septiembre de 2010

Sabor a mi - Capítulo 24

Pablo estaba en su cama, hundido en sus propios pensamientos, cuando escuchó que llamaban a su puerta.
- Renata, deja de molestar, no voy a decirte nada.
- No soy Renata – dijo su padre al abrir la puerta – puedo pasar.
- Pues ya casi estas adentro.
- Que amable eres hijo, que amable.
- Y bien, ¿qué pasa?
- Pablo creo que debemos hablar de Helena
- Yo no quiero saber nada de ella. Si es porque la vas a traer aquí cuando su padre se vaya, pues tráela. A mí no me importa, al final ella terminará largándose y yo también.
- Pablo, ¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué dices esas cosas?
- De verdad ¿quieres saberlo?
- Si.
- Pues bien, lo que pasa es que Helena no quiere estar más conmigo, todo lo que siento por ella le ha importado un bledo y prefiere irse a Alemania, para lograr ser tan exitosa como su padre. Como si de verdad necesitará carrera profesional, para vivir.
- Hijo, creo que estas muy equivocado.
- ¡Y esas son las palabras de mi propio padre! – exclamó con sarcasmo e ironía. - ¿Qué no ves lo que me hizo?
- Lo veo, pero creo que necesitas saber la verdad que no te dijo.
- ¿De qué estás hablando?
- Álvaro es el que necesita a su hija en Alemania, él no quiso decírselo para no provocar esta situación, pero Helena escuchó una conversación que tuvimos él y yo. Y se enteró de todo. Ella le mintió a su padre de la misma manera que lo hizo contigo. Para poder estar a su lado sin causarle vergüenza.
- Pero… no ella…
- Hijo, entiende que ella no podía decirte la verdad, nadie la sabía.
- ¿Y, cómo te enteraste?
- A la única que se lo contó fue a Renata y ella me lo dijo porque no podía permitir que esta tontería siguiera.
- No sé ni que pensar, por favor papá necesito estar solo.
- Está bien, solo necesitaba que supieras la verdad, lo que hagas con ella dependerá de ti.

Pablo se quedó pensando en lo que su padre le había confesado, podría ser que todo hubiera sido una mentira, pero al final de cuentas ella se iría y lo dejaría con todo el amor que tenía para darle.


El sábado había llegado y tal como había predicho Renata, Helena se quedó dormida toda la noche. Si su ánimo no había mejorado mucho, al menos físicamente ya no se sentía tan mal. Bajó a la biblioteca y se encontró con que su padre había tenido que salir, pues el tiempo se le estaba viniendo encima y tenía aún muchos pendientes. Helena no pudo desayunar nada, su apetito seguía un ausente. Aprovechó que el día estaba muy cálido y decidió nadar un rato, siempre le había gustado nadar porque le mantenía la mente despejada.

- Hola – la voz que la saludó cuando salió de la alberca, era inconfundible, la conocía de toda la vida.
- ¿Qué haces aquí? – respondió sorprendida.
- Me parece que tengo que hablar contigo.
- Pablo, no es necesario, me dejaste muy claro que me quieres fuera de tu vida, así que por mí no te preocupes más. Incluso cuando viva en tu casa, que no será por mucho tiempo, trataré de no cruzarme contigo.
- Helena, no vine a hablar de eso.
- Entonces
- Necesito que me digas la verdad sobre tu decisión de irte con tu padre.
- No hay más verdad que la que ya te dije.
- POR FAVOR YA NO ME MIENTAS –dijo tomándola por los brazos que aún estaban mojados. El contacto de sus manos hizo que Helena se sintiera desfallecer. No podía más con la presión, pero sobre todo no podía ver la cara de dolor de Pablo. Todas esas sensaciones fueron demasiadas para ella, que poco a poco fue sintiendo como la oscuridad se iba apoderando de todo. Pablo estaba muy preocupado, Helena se había desmayado en sus brazos.

La cargó y la llevó a su habitación donde encontró alcohol en su botiquín y así la hizo reaccionar. - ¿Qué me pasó?
- Te desmayaste, ¿te sientes bien?
- Si – dijo tratando de levantarse. Y al hacerlo vio directamente a los ojos de Pablo que estaban llenos de angustia y pesar.
- Helena, dime ¿por qué me mentiste?
- No te he dicho ninguna mentira – dijo casi ahogándose de dolor
- Por favor acéptalo, necesito que seas tú quien me diga lo que yo ya sé.
- Decirte qué, que me voy porque sé que mi padre me necesita a su lado, y que me estoy muriendo por dentro de saber que tengo que dejarte. Eso quieres que diga, pues ya lo hice ¿estás contento?
- Sí, eso es todo lo que necesito saber – sin mayor reflexión la tomó en sus brazos y la besó. La besó por los días que no lo había hecho y por los que no lo iba hacer. Helena no pudo resistir a todo lo que estar con Pablo le producía, y se dejó llevar. Colocó sus brazos alrededor de su cuello y comenzó a jugar con su cabello. El besó fue subiendo de intensidad hasta que Pablo la empujó lentamente sobre su cama y le desató el traje de baño, que aún atraía; Helena hizo lo propio con su camisa y pantalón. Hicieron el amor sin temor de nada, se amaban cada día más, incluso cuando sabían que su amor estaba a punto de ser interrumpido.

- Te Amo, MI Helena, perdóname – dijo Pablo mientras abrazaba a Helena que descansaba sobre su pecho.
- Perdóname tú a mí, no debí de mentirte, pero tengo que irme con mi padre.
- Shh, no me digas más. Lo único que importa ahora es que estas aquí conmigo y que me amas tanto como yo a ti.
- Nunca podría dejar de amarte. Te has convertido en parte de mi alma.
- Ya verás, juntos le encontraremos solución a todo.
- Cuando estoy a tu lado todo parece tan sencillo.

Pasaron la tarde juntos, comieron cómo no lo habían hecho en días. Platicaron de todo menos de viajes o Alemania, querían que esta tarde fuera perfecta, sin preocupaciones de nada.

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