sábado, 11 de septiembre de 2010

Sabor a mi - Capítulo 21

Helena abrió los ojos y sintió que le dolían al ver la fuerte luz brillante que pasaba a través de sus cortinas. Se movió un poco y fue cuando se dio cuenta que Pablo seguía ahí. Sabía de sobra que el tenerlo a su lado era un sueño hecho realidad, sin embargo el hecho que lo había llevado ahí no era un sueño sino más bien una pesadilla. El sueño le había sentado bien, pero no por eso el dolor se había ido, solo ahora con la cabeza un poco más despejada podía entender la magnitud de todo lo que había vivido.

- ¿Pudiste dormir? – dijo Pablo sacándola en buen momento de sus pensamientos.
- Si, ¿Y tú, No estuviste muy incomodo ?
- Claro que no, ojalá pudiera dormir siempre contigo en mis brazos.
- Creo que tu sueño se va a hacer realidad.
- ¿Por qué?
- Es que no sé hasta cuando deje de sentir este vacío, que no me deja dormir. Solo estando contigo puedo resistirlo.
- Pues por mí me quedaría aquí todas las noches, pero Álvaro definitivamente no tolerara mucho.
- Lo sé.
- ¿Quieres que te acompañe a desayunar?
- No, no tengo hambre.
- Helena, no has comido nada en casi 2 días. Anda vamos, hazlo por mí. Por favor.
- Está bien, pero no te prometo comer mucho.
- Con que sea algo más que un simple café estará bien.

Después de que terminaron de desayunar, llegó Álvaro que ni siquiera se dio cuenta que Pablo traía la misma ropa del día anterior. Helena pudo ver el mal estado de su padre, antes no lo había notado tanto como ahora. De verdad que se veía deshecho. No hablo para nada y al poco rato se fue a la biblioteca.

Cuando terminaron, Pablo dejó a Helena en la sala y se fue a su casa a darse un baño y regresar lo más pronto posible, pues le había pedido que pasara con ella todo el día. Así se hizo y aunque Helena pasó la mayor parte del día durmiendo, el saber que Pablo estaba a su lado le mantenía a raya las pesadillas. En la noche cuando él tuvo que irse, las cosas estuvieron difíciles, se sentía sola, a pesar de que en el piso de abajo estaba la gente de servicio y su padre. Una de las almohadadas donde Pablo había dormido la noche antes, había atrapado su esencia, Helena se dio cuenta que esto la calmaba y solo así logró conciliar el sueño. Los días transcurrieron y en la escuela autorizaron que Helena faltara todo lo que fuera necesario, a pesar de esto, ella solo se tomó una semana. Las tardes las pasaba en su casa, acompañada de Pablo, que había descubierto el secreto de Helena para dormir. Le causó un poco de gracia y de vez en cuando abrazaba la almohada de Helena para que ella pudiera seguir durmiendo.

Álvaro regresó al trabajo dos semanas después. Todo le parecía tan extraño, lo mucho que le gustaba su labor le ayudaba por momentos a olvidar su pena, pero al regresar a su casa el dolor comenzaba de nuevo, solo su hija podía hacerlo sentir menos mal. Helena se había dado cuenta que su padre la necesitaba demasiado, ella era la única familia que le quedaba y por eso dividía su tiempo entre su padre y Pablo.

Un mes después de la muerte Carolina, Álvaro mando traer a su hija a la biblioteca.
- Hola, papito, me dijeron que me andabas buscando, perdón por tardarme pero estaba despidiendo a Pablo.
- No te preocupes. Siéntate por favor.
- ¿Qué pasa?
- Hace unos días me ofrecieron un puesto como embajador – esta noticia así tan directa, dejó fría a su hija.
- ¿En dónde?
- En Alemania
- ¿Vas a aceptar?
- Ya lo hice, esta misma tarde.
- Pero… – las palabras huyeron de su boca.
- Hija, entiéndeme. Desde que murió tu madre mi vida no es la misma, solo tú y mi y trabajo me hacen salir adelante. Pero en unos meses más te irás y yo que me quedaré aquí en esta casa que solo me hace recordarla. Tengo un mes viviendo en el cuarto de huéspedes porque no tengo el valor de estar solo en esa habitación que compartí tantos años con ella.
- Te entiendo, pero te has puesto a pensar que casi no nos veremos. No es lo mismo venir desde Boston, que cruzar el Atlántico.
- Tienes razón hija, pero no pienso pedirte que me vayas a visitar. Tú estarás con Pablo y sé que te cuidará bien.
- Papá es que no puedes hacerme esto.
- Helena, la vida está llena de sacrificios.
- No te entiendo. - dijo confundida
- Con el tiempo lo harás, confía en mí.
- ¿Y qué va a pasar con la casa?
- Aún no lo sé. Pero cuando me vaya lo mejor será que te vayas a vivir con Miguel y Magdis, en lo que te dan los resultados de Harvard
- ¿Cuándo te vas a ir?
- En tres semanas
- ¿Tan pronto?
- Si, solo me dieron tiempo para arreglar mis pendientes aquí y dejar todo en orden. - Ya veo.
- Bueno será mejor que te vayas a dormir. Mañana tienes que levantarte temprano. Hasta mañana. - la frialdad de su padre se le hacía tan extraña, él nunca había sido así.
- Hasta mañana.

Álvaro había quedado de informarle a Miguel, la reacción de Helena, así que tomó el teléfono y marcó a su casa.
- Ya se lo he dicho
- ¿Y cómo lo ha tomado?
- Pues de la forma que esperábamos.
- Álvaro ¿por qué no le dices la verdad?
- Qué caso tendría. Sería una cobardía de mi parte pedirle que viaje conmigo, además con qué corazón la separo de tu hijo.
- Tienes razón, pero no crees que al menos debería saberlo. Ahora debe estar pensando que la quieres fuera de tu vida.
- Es mejor así, no soportaría ver como sufre al pensar que la necesito.
- Será como quieras.
- Gracias. ¿Y cómo tomo Magda la noticia?
- Está encantada de tener a tu hija con nosotros. Claro que con quién debemos hablar es con Pablo.
- Lo sé.

La plática siguió durante unos minutos más, pero Álvaro jamás imaginó que su hija no se había ido a su habitación y en cambió había permanecido afuera de la biblioteca el suficiente tiempo, como para escuchar la verdad que le había ocultado. Helena no durmió en toda la noche. Su mente iba de Pablo a su padre, amaba a ambos y los necesitaba en su mundo para ser feliz, pero cuando pensaba en el sacrificio de su padre se le partía el corazón. Por otro lado no podía romperle el corazón a Pablo y dejarlo. Irse con Pablo a Boston o irse a Alemania con su padre, las cartas estaban puestas sobre la mesa y ella sabía que había llegado el momento de elegir.

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